sábado, 8 de noviembre de 2008

ASPECTOS INTERTEXTUALES EN LA OBRA DE AULO GELIO


Puesto que estamos en una asignatura que deja explícito ya desde su mismo título que se trata de "estudios de Literatura Comparada", me veo en la obligación de aclarar, en calidad de especialista que soy en esta materia (e incluso como miembro de la junta directiva de la misma Sociedad Española de Literatura General y Comparada), algunas cuestiones relativas a este ámbito. Cuando hablamos de Literatura Comparada no hablamos necesariamente acerca de "comparación entre literaturas y obras", aunque resulte parádójico. Permitidme que donde habitualmente entendéis "comparación" hablemos, más bien, de "relación". De esta forma, la literatura constituye un magnífico y complejo sistema de relaciones literarias que van más allá del tiempo y del espacio. Una primera relación posible a partir de Aulo Gelio es la que hay que establecer con el ensayista Michel de Montaigne, que utiliza al primero como precursor de su obra ensayística. Hablar de relaciones literarias nos lleva, a su vez, a referirnos al complejo concepto de la intertextualidad, planteado sobre todo como diálogo entre textos, del que voy a daros en esta clase algunos ejemplos pertinentes.

Son evidentes y grandes las diferencias de planteamiento, estilo y tono que pueden establecerse entre Montaigne y Gelio, aunque lo que sí tienen en común es la pasión por los libros y, en concreto, la afición de ambos por la lectura y cita frecuente de Plutarco. El ensayo de Montaigne que lleva por título “De los libros” (Ensayos 2, 10) es un hermoso paseo por algunas de sus lecturas grecolatinas y un buen catálogo de nombres de autores, títulos, referencias y juicios críticos breves y diversos. Comentando en general el uso que hace en su obra de los textos ajenos, nos dice:

"Que vean, por lo que tomo prestado, si he sabido elegir con qué realizar mi tema. Pues hago que otros digan lo que yo no puedo decir tan bien, ya sea por la pobreza de mi lenguaje, ya por la pobreza de mi juicio. No cuento mis préstamos, los peso. Y si hubiera querido hacer valer el número, habría cargado con el doble. Todos son, o casi todos, de nombres tan famosos y antiguos que no necesitan presentación. De las razones e ideas que trasplanto a mi solar y que confundo con las mías, a veces he omitido a sabiendas el autor, para embridar la temeridad de esas sentencias apresuradas que se lanzan sobre toda suerte de escritos, especialmente sobre los jóvenes escritos de autores aún vivos y en lengua vulgar, que permite hablar de ellos a todo el mundo y parece considerar también vulgar su concepción e intención. Quiero que den en las narices a Plutarco dándome en las mías y que escarmienten injuriando a Séneca en mí. He de ocultar mi debilidad tras esas celebridades." (Montaigne, Ensayos... p. 418 [traducción de Almudena Montojo])

Hoy día las citas prestadas no están tan bien vistas, pues es opinión común que pueden denotar pedantería y falta de originalidad. El estudio de los textos ajenos, ya estén a la vista, ya encubiertos, se ha envuelto con nuevos ropajes tomados de la teoría de la literatura, siendo materia de la hoy día vulgarizada y algo manida intertextualidad, que Borges preferiría llamar “laberinto de entretejidas voces”. No obstante, la literatura sigue nutriéndose de ese fenómeno y hasta algunos autores, como nuestro Joan Perucho, cultivador notable de la literatura de bibliófilo que inaugura el romántico Charles Nodier, hacen gala explícita de sus libros y lecturas. Habrá, ciertamente, detractores de esta literatura que se alimenta, precisamente, de la literatura (inolvidable resulta, a este respecto, La tentación de San Antonio, de Flaubert), que hasta encuentren en ella una suerte de fraude, pero ésta es una cuestión en la que no podemos entrar. Quizá seamos, ciertamente, los que gustamos de esta literatura unos lectores pervertidos o perversos, pues nos deleita el libro que nos habla de otros libros o la narración que se demora, como ocurre con ciertos relatos góticos, en la cita inesperada de una carta de Plinio el Joven sobre los fantasmas. En cualquier caso, quien no guste de este tipo de literatura tampoco gustará de Aulo Gelio.

Así las cosas, la obra de Gelio tiene un marcado carácter metaliterario, dado que puede servirnos como un deshilvanado –recurrimos a un término de Montaigne: “décousue”- manual de lecturas clásicas. No todas las referencias ni las citas que vamos a encontrar en las Noches son iguales, y esto es algo que hay que tener muy en cuenta a la hora de estudiarlas o recopilarlas. Precisamente, inspirados en parte en Genette y, sobre todo, observando durante bastantes años las maneras a las que recurren las literaturas antiguas y modernas para entretejerse, nos atrevimos –me atrevo- a indicar cuatro posibles formas de encuentros complejos no excluyentes entre sí que, sucintamente, son estas[1]:

a) Los autores modernos consideran en sus obras la literatura antigua recurriendo a sus autores en calidad de tales autores, es decir, como personas de carne y hueso en las que ellos mismos se encarnan, con las que dialogan o que utilizan para crear ficciones y vidas más o menos imaginarias. El exilio de Ovidio, o la muerte de Virgilio, son motivos recurrentes al respecto. También es posible crear ficciones a partir de la presencia física de sus libros, como hace Borges con un libro de la Naturalis Historia de Plinio, o insertar la presencia de un libro en la propia ficción, como apreciamos que ocurre con un volumen de Homero en el Werther de Goethe.

b) Otras veces, se recurre más concretamente a pasajes tomados de sus textos, que aparecen citados de una manera más o menos completa, en sus lenguas originales o traducidos. Gelio, Montaigne o Borges son, a este respecto, autores paradigmáticos.

c) Tan importante como las dos anteriores resultan las críticas y comentarios que, llegado el caso, se hacen sobre los autores aludidos o citados. Cabe traer aquí como ejemplo las críticas que Voltaire hace de Homero y Virgilio en su cuento titulado Cándido, verdadero reflejo de todo un momento estético.

d) Finalmente, estos encuentros entre literaturas presentan un complejo fenómeno de transcendencia textual, pues, al darse cita en una obra textos de diferentes géneros literarios, la pertenencia del texto citado a un género concreto puede verse afectada por el nuevo contexto de la obra receptora. Es el caso de los viejos textos de ciencia cuando se reutilizan en calidad de insospechados textos poéticos, como hace el poeta Antonio Gamoneda con los textos de Dioscórides en su Libro de los venenos.

Estas formas de encuentros complejos nos permiten dar verdaderos paseos por la literatura con diferentes implicaciones. En el caso de Gelio, nos encontramos con una verdadera “antología inminente”, si utilizamos las palabras de Alfonso Reyes, de la que aquí tan sólo vamos a entresacar algunos momentos notables:

a) Los autores y los libros. El escritor latino Suetonio ha pasado a la posteridad como uno de los más avezados curiosos de las vidas ajenas, no sólo las más conocidas, las de los emperadores, sino también las de los gramáticos y poetas. En la modernidad, concretamente dentro de las claves estéticas simbolistas, Marcel Schwob nos dejó algunas hermosas vidas imaginarias de autores latinos, como Lucrecio o Petronio. Es muy probable que este afán, a menudo desmedido, por saber de las vidas de los autores que leemos haya desvirtuado en gran medida la historia literaria, y que, como afirmaba Borges refiriéndose a Croce y Valéry, nuestras venerables historias de la literatura sean, más bien, historias de los autores. No podemos escapar, en todo caso, a esa curiosidad malsana de la vida ajena. Gelio no lo hace, como ahora veremos, y el propio Montaigne agradece a éste la noticia biográfica que ofrece acerca de su admirado Plutarco (Gel. 1, 26):

"Los escritos de Plutarco, si se saborean bien, desvélanle bastante, y creo conocer incluso su alma; aún así, querría que tuviéramos algunas memorias de su vida; y heme lanzado a esta divagación apartada a propósito de lo agradecido que le estoy a Aulo Gelio por habernos dejado por escrito esa anécdota de sus costumbres que vuelve al tema de la cólera." (Montaigne, Ensayos... 2, 31 [p. 708] [traducción de Almudena Montojo])

Ciertamente, Gelio es capaz de entresacar, si no semblanzas biográficas como tales, al menos sustanciosas anécdotas acerca de sus filósofos y autores preferidos. Son notables las relativas a Sócrates, y no deberían dejarse de lado en una selección de urgencia los apuntes biográficos sobre Eurípides (Gel. 15, 20) o Plauto (Gel. 3, 3). He aquí, por cierto, uno de los párrafos más interesantes relativos al comediógrafo latino, en la añeja versión de Francisco Navarro y Calvo:

" Tres comedias de Plauto, las que llamó Saturión y Adicto, y otra cuyo nombre no recuerdo, las escribió en el molino, según dicen Varrón y otros muchos, refiriendo que, habiendo perdido el poeta en negocios todo el dinero que había ganado en el teatro, y encontrándose a su regreso a Roma en completa indigencia, tuvo que alquilarse a un tahonero para ganarse la vida, quien le ocupó en dar vueltas a una de esas muelas que se mueven a brazo." (Aulo Gelio, Noches áticas. Traducción directa del latín por don Francisco Navarro y Calvo, I, Madrid, Librería de la Vda. De Hernando y Cª, 1893, p. 130)

Este testimonio pasó a formar parte de la biografía oficial de Plauto que podemos encontrar en los estudios relativos al comediógrafo y en los modernos manuales de historia literaria. Pero quizá no todo el mundo conozca la dramatización que Vicente Blasco Ibáñez hizo en su novela histórica Sonnica la cortesana:

"-Yo era poeta antes de ser esclavo. Mi nombre es Plauto.
Y mirando en torno de él, como si temiera ser sorprendido por la familia de su amo, continuó hablando, contento de librarse por algunos instantes del tormento de la muela.
-He escrito comedias. Intenté establecer en Roma el teatro, que es entre vosotros como una religión. Los romanos son poco sensibles a la poesía. Aman las farsas. Una tragedia que a vosotros os hace llorar les dejaría fríos; una comedia de Aristófanes les haría dormir. Sólo gustan, ateniense, de los bufones etruscos, de los grotescos personajes de las farsas que llaman atelanas o de los mascarones de agudos dientes y cabeza deforme que desfilan rugiendo obscenidades en las pompas del triunfo. Apedrearían a un héroe de vuestras tragedias, y en cambio braman de entusiasmo cuando en la entrada de un cónsul victorioso pasan los soldados disfrazados con una piel de cabrón y un penacho de crines, y ríen al ver cómo se vengan de su humildad insultando al vencedor detrás de su carro triunfal. Yo escribí comedias para este pueblo y aún las escribo en los momentos que mi amo cesa de maltratarme para que dé vueltas al molino. Los patricios, los ciudadanos libres, no gustan de verse sobre la escena. Aquí despedazarían a Aristófanes, que sacaba a las tablas a los primeros hombres de su país. Mis héroes son esclavos, extranjeros, mercenarios, y hacen reír mucho al público. He acabado una comedia ahí dentro, en ese antro, ridiculizando las fanfarronadas de los guerreros. Te la recitaría si no temiese que de un momento a otro llegue mi amo.
-¿Y cómo has caído en tan mísera situación después de divertir a tu pueblo?...
-Cometí la locura de fundar en Roma el primer teatro a imitación de los de Grecia. Era una cerca de tablas en las afueras de la ciudad. Pedía dinero prestado, contraje deudas; el populacho venía a reír, pero daba poco. Me arruiné, y las sabias leyes de Roma condenan al que no puede pagar a ser esclavo de su acreedor. Este panadero, que antes reía mis comedias y me prestaba gustoso algunos sacos de cobre, se venga ahora de su pasada admiración haciéndome dar vueltas a la muela, porque resulto más barato que un asno. Cada carcajada del pasado se trueca ahora en un golpe sobre mis espaldas. Es el destino de los poetas. También vosotros, al gran Esquilo, que siempre fue hombre libre, le agradecíais los versos a pedradas." (Vicente Blasco Ibáñez, Sonnica la cortesana [Novela], Valencia, Prometeo, s.d., pp. 259-261)

b) Las citas textuales. Las modalidades de las citas son tan variadas como insospechadas. Podemos encontrarlas perfectamente insertadas en nuevos textos, como apoyo explícito a una idea, o reunidas en colecciones específicas. Tal ha sido la pasión por las citas que en algunas ocasiones esa lectura mínima y descontextualizada del texto de un autor se ha terminado convirtiendo en una manera específica de leerlo. Séneca el filósofo se ha visto afectado en gran medida por este fenómeno, y de ello dan cuenta las numerosas ediciones del llamado Libro de oro (mi edición minúscula de la vieja editorial Mon reúne nada menos que 694 sentencias). No obstante, hay otros autores latinos que se han visto aún más afectados por esta suerte de descuartizamiento sistemático, dado que de ellos no han quedado más que las “ruinas” de tales florilegios. Es el caso de Publilio Siro, contemporáneo de Julio César y Cicerón, cultivador del género dramático denominado mimo, que ya en la época de Gelio era mayormente reconocido por estas selecciones de sentencias morales. Gelio recoge, precisamente, catorce sentencias (17, 14, 4), de entre las cuales, la primera (malum est consilium, quod mutari non potest [“mala es la determinación que no puede cambiarse”]) también podemos encontrar citada, ligeramente recolocada y recontextualizada por Montaigne en el ensayo que dedica a la inconstancia de nuestras acciones:

"(...) dado que la indecisión paréceme el más común y evidente vicio de nuestra naturaleza, prueba de ello el famoso versículo de Publilio, el comediante,

malum consilium est, quod mutari non potest"

(Montaigne, Ensayos…2, 1 [p. 351] [traducción de Almudena Montojo])

Ya sea como soporte de la argumentación, ya como mero pretexto, el arte de la cita tiene un encanto propio. Gelio recoge citas diversas tomadas de gran cantidad de libros, por lo general pertenecientes a autores antiguos, de los que uno de los más modernos sería el propio Virgilio, pues Gelio prescinde de citar a los autores más cercanos a su tiempo, como Quintiliano, Plinio el Joven, Tácito, Lucano o Juvenal. Gracias a algunas de estas citas hoy contamos, al menos, con fragmentos de obras antiguas que se han perdido probablemente para siempre. En unos casos, las citas aparecen engarzadas en los propios textos de Gelio, cuidadosamente comentadas. En otros, sin embargo, el texto ajeno se nos muestra sin mayor contexto. Buen ejemplo de ello es la noticia que nos ofrece, sin más que un mínimo elogio previo, de la etimología de la palabra persona ideada por Gabio Baso (Gel. 5, 7). Pasados los siglos, estos recursos directos a un texto ajeno se volverán claramente intencionales. Es el caso de los “materiales crudos” que Francisco Ayala inserta en su literatura miscelánea, como puede ser la noticia periodística sobre una procesión de homosexuales en Nueva York que inmediatamente relaciona con un texto de Apuleyo[2].

c) Los comentarios y las críticas. Hablar de otros autores, comentar o criticar su obra, forma parte de un viejo vicio (retomo aquí un feliz título de Miguel García Posada: El vicio crítico) repetido insaciablemente desde la Antigüedad (Lucilio, Horacio, Luciano...) hasta el presente. La ficción literaria nos regala a veces con estas digresiones que para algunos lectores, sin embargo, resultan prescindibles. Quizá uno de los momentos más trascendentes de esa crítica dentro de la ficción la encontramos en la novela Al revés (o A contrapelo), biblia del decadentismo publicada por Joris-Karl Huysmans en 1884 y que dedica todo un capítulo a invertir los cánones de la historia de la literatura latina. Precisamente, dentro de ese repaso irreverente por los autores latinos podemos encontrar a Gelio y a su amigo Frontón:

"Después de Petronio, su colección de escritores latinos pasaba al siglo II de la era cristiana, saltando por encima del declamador Frontón, con sus giros caducos y mal remozados, y dejando también a un lado las Noches áticas, de su discípulo y amigo Aulo Gelio, espíritu sagaz y fisgón pero escritor atascado en un fango viscoso, y se detenía en Apuleyo, cuyas obras poseía en la edición “princeps”, en infolio, impresa en Roma en 1469." (Joris-Karl Huysmans, A contrapelo. Edición de Juan Herrero. Traducción de Juan Herrero, Madrid, Cátedra, p. 154)

Gelio ejerce también labores críticas de forma implícita y explícita. Por ejemplo, resulta implícito su gusto por la prosa ciceroniana, que a menudo imita, lo diferencia de su compañero Frontón. Entre los ejemplos posibles de comentario explícito, cabe destacar su despiadada crítica a Séneca, precisamente cuando éste juzga los versos de Ennio y la lectura que de ellos hace Cicerón (Gel. 12, 2). También nos parece muy significativa su valoración de cómo Virgilio ha tomado e imitado unos versos de Homero y Partenio (Gel. 13, 27). Reproducimos el capítulo en la ya aludida traducción decimonónica de Francisco Navarro y Calvo:

"De los versos en que parece haber imitado Virgilio á Homero y Parthenio.

He aquí un verso de Parthenio:

“A Glauco, á Nereo y á Melicerto, dios del mar.”

Virgilio imitó este verso; cambiando con gracia dos palabras, hizo un verso semejante al del poeta griego:

“A Glauco, á Panopea y á Melicerto, hijos de Ino.”

Pero he aquí otro en que Virgilio no igualó á Homero ni se le pareció. Homero tiene más sencillez, más graciosa ingenuidad; Virgilio tiene algo de menos antiguo, algo de afeite en su estilo. Homero dice:

“Un toro á Alfea, un toro á Neptuno.”

Y Virgilio:

“Un toro á Neptuno, un toro á ti, hermoso Apolo.”"

(Aulo Gelio, Noches áticas... t. II, pp. 89-90)

Hay dos hechos interesantes en este juicio crítico. El más evidente es la valoración concreta que Gelio hace de la traducción de cada verso, más feliz en el primer caso, lo que da muestra de su excelente preparación filológica. Hay otro hecho de mayor alcance, como es el reconocimiento implícito de que Virgilio, el mayor poeta de la latinidad, toma prestados versos ajenos. Un buen lector –y sistematizador- de la obra de Gelio, Macrobio, será quien se encargue de comentar y estudiar más concienzudamente tales préstamos. Nada hay de malo en ello, si no fuera porque la estética romántica, obsesionada por la originalidad, terminó por acusar a Virgilio de plagiario. Huysmans, una vez más, es buen exponente de ello cuando hace que el poeta represente el momento más encorsetado de la historia de la literatura latina, frente a la libertad de las letras tardías, aquellas que los críticos de la Sorbona llamaron decadentes. No obstante, parece que esa situación vuelve a ser más favorable para Virgilio con el paso del siglo XIX al XX, como podemos ver en este emotivo pasaje de Los complementarios, de Antonio Machado:

"Virgilio. Si me obligaran a elegir un poeta, elegiría a Virgilio. ¿Por sus Églogas? No. ¿Por sus Geórgicas? No. ¿Por su Eneida? No.

1º Porque dio asilo en sus poemas a muchos versos bellos de otros poetas, sin tomarse el trabajo de desfigurarlos.
2º Porque quiso destruir su Eneida ¡tan maravillosa!
3º Por su gran amor a la naturaleza.
4º Por su gran amor a los libros."

(Antonio Machado, Los Complementarios, edición crítica por Domingo Ynduráin, Madrid, Taurus, 1971, p. 34 de la transcripción y 14R del cuaderno de Machado)

d) Los encuentros entre géneros. La antigua miscelánea y la novela moderna presentan una interesante característica común, pues ambas son capaces de acoger textos de muy diversas procedencias y géneros. Las Noches áticas nos ofrecen una variada antología de textos épicos, líricos y dramáticos, así como todos aquellos referentes a géneros propios de la prosa, como la filosofía, el diálogo, la historia o la literatura de erudición. Incluso aquello que puede parecernos más ajeno a la novela, como las cuestiones gramaticales y etimológicas, es susceptible de ser un asunto compartido. En este sentido, nuestra valoración de la erudición miscelánea en clave de juego es perfectamente aplicable a la novela, en especial la que es heredera del Tristram Sandy, de Sterne. Así pues, de igual manera que la miscelánea y la novela son receptoras de textos procedentes de géneros diversos, en ellas cabe, asimismo, el ensayo de diversos géneros literarios, como la dramatización, el diálogo socrático, el relato breve, o la semblanza. Esto no es óbice para que la miscelánea como tal, asumida esta característica de ser una especie de cajón de sastre, acabe dando lugar, al margen del ensayo o la novela, a un género específico en prosa de feliz tradición renacentista: Policiano sigue conscientemente los pasos de Gelio cuando escribe sus Miscellanea en 1489.
No obstante, lo que nos parece más interesante de este género, al margen de su faceta camaleónica, es su íntima vinculación con la dimensión docente de la literatura. Muchos autores de todos los tiempos (ahí están los fabulistas) se han empeñado en instruirnos, incluso en ir más allá y constituirse en parte de nuestra conciencia individual o colectiva (Anatole France, Thomas Mann o José Saramago son buenos ejemplos de lo que queremos decir). En particular, Gelio no nos instruye solamente con preciosos datos literarios y lingüísticos, sino con enseñanzas filosóficas de cuño platónico y cínico-estoico. Ello dará lugar, una vez que ambas disciplinas se configuren de manera autónoma, a una de las más ricas relaciones que encontramos en el hecho literario, precisamente la que se plantea entre literatura y filosofía. Cuando se nos habla sobre la embriaguez, por ejemplo, Montaigne y Gelio recurren a estrategias literarias diferentes, pero ambos piensan necesariamente en Platón. Esto es lo que nos dice Montaigne:

" Y en sus Leyes considera útiles tales asambleas del beber (con tal que haya un jefe de banda que las contenga y regule), por ser la embriaguez una prueba buena y segura de la naturaleza de cada uno, y capaz al mismo tiempo de dar a las personas de edad el valor de deleitarse con danzas y músicas, cosa útil y que no se atreven a acometer con el juicio sereno. Que puede proporcionar el vino templanza al alma y salud al cuerpo (...)" (Montaigne, Ensayos... 2, 2 [p. 363] [traducción de Almudena Montojo])

Gelio, por su parte, tras recrear un patético personajillo que va de platónico y que muy bien podríamos calificar de philosophus gloriosus (como el miles gloriosus, o soldado fanfarrón plautino), nos ilustra también de la siguiente manera:

"Sin embargo, Platón, en el primer y segundo libro de Las leyes, no alabó, como sostenía este necio, ese género tan vergonzoso de ebriedad que suele reblandecer y empequeñecer las mentes de los hombres, sino esta invitación algo más pródiga y amable al vino que se realiza bajo la supervisión de ciertos árbitros y maestros de banquete en estado sobrio. Pues estimó que gracias a los moderados y honestos descansos entre copa y copa se recuperaban y configuraban los ánimos para inculcar en ellos, precisamente, los deberes de la sobriedad, al tiempo que se los volvía más alegres y hábiles para retomar la tensión de sus discusiones. Asimismo, si había en ellos defectos propios de sus aficiones o deseos que cierto pudor reverente ocultaba, todos ellos podían quedar al descubierto sin mayores traumas gracias a la libertad que el vino proporcionaba y se mostraban más fáciles para ser corregidos o remediados." (Gel. 15, 2, 4-5)

En definitiva, creemos que la grandeza de la miscelánea, mucho más que en su afán recopilador, reside precisamente en su transcendencia como género abierto. Esta circunstancia acerca las Noches áticas, como seguiremos viendo, dará lugar a algunas de las más notables novelas misceláneas de la modernidad.

Terminamos esta primera aproximación a Gelio con una sutil reflexión acerca de la diferencia entre los que es actualmente Literatura Comparada y el hecho en sí de comparar personajes, obras o textos. Gelio, gran admirador de Plutarco, autor, no lo olvidemos, de Las vidas paralelas, sí compara a menudo aspectos de las obras de autores griegos y latinos. En qué medida esta comparación es precursora del modernos comparatismo o simple ejercicio de estilística es cuestión que deberemos dilucidar a lo largo de estas lecciones.

NOTAS AL TEXTO

[1] Francisco García Jurado, "Melancolías y «clásicos cotidianos». Hacia una historia no académica de la literatura grecolatina en las letras modernas", Tropelías 12-14, 2001-2003, pp. 149-177.
[2] “Entre los «materiales crudos» de que habla Irizarry, ocupan un lugar importante las referencias a obras de arte y literatura o a datos históricos mediante las cuales un hecho cotidiano, quizá anodino, adquiere un relieve y profundidad que le prestan alcance universal. Así, por ejemplo, en «Todos los caminos llevan a Roma», una procesión de homosexuales vista en las calles de Nueva York es superpuesta a un episodio análogo en El asno de oro de Apuleyo” (Carolyn Richmond, “Prólogo” a Francisco Ayala, El jardín de las delicias. El tiempo y yo, Madrid, Espasa Calpe, 1987, pp. 30-31).


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