Terminamos la parte teórica, dedicada a estudiar configuraciones entre textos, con la relación de carácter más genérico.
La relación entre géneros supone un interesante punto de contacto complejo entre las literaturas modernas y las antiguas, provistas de géneros tan particulares como la sátira, así como géneros que hoy se nos antojan híbridos, como la poesía científica. En lo que a la literatura moderna respecta, el género fundamental será la novela, que, como bien señala Margueritte Yourcenar hablando de sus Memorias de Adriano, "devora hoy todas las formas: estamos casi obligados a pasar por ella; este estudio sobre la suerte de un hombre que se llamó Adriano hubiera sido una tragedia en el siglo XVII y un ensayo en el Renacimiento" (o.c., p. 254). Al hablar de las relaciones entre géneros antiguos y modernos en nuestra historia no académica deberemos estar dispuestos al asombro que nos van a reportar ciertas coincidencias, por un lado, y ciertas diferencias o reintepretaciones, por otro. Entre las primeras, resulta muy notable el afán que por la brevedad muestran distintas literaturas alejadas en el tiempo y el espacio. En especial vamos a comentar cómo ese afán se plasma en la peculiar relación que Augusto Monterroso mantiene con el fabulista latino Fedro. En lo que a las diferencias respecta, una de las más significativas viene dada por el transvase que unos textos pueden sufrir desde un género antiguo a otro moderno, como es el caso de la antigua erudición convertida después en relato fantástico. Esta compleja relación, que explica muchos aspectos de la moderna literatura fantástica, se puede personalizar en Plinio el Viejo y Jorge Luis Borges.
Cuando Italo Calvino fue invitado a Harvard a impartir las Norton Lectures sobre poética correspondientes al curso 1985-1986
[1], eligió para cada una de sus conferencias (tan sólo pudo dictar cinco) algunos de los títulos más sugerentes que conozco: “Levedad”, “Rapidez”, “Exactitud”, “Visibilidad” y “Multiplicidad”. En este último Calvino, que escribe en una lengua que no es la materna, puede encontrarse, como si de un testamento se tratara, la esencia de su imaginativo afán comparatista. Resulta prodigioso el recorrido que hace por cada uno de esos accidentes de la literatura, y no he podido menos que acordarme especialmente de la conferencia que lleva el título de “Rapidez” a la hora de abordar el aspecto de la concisión. En un momento determinado nos dice lo siguiente: “La concisión es sólo un aspecto del tema que quería tratar, y me limitaré a deciros que sueño con inmensas cosmogonías, sagas y epopeyas encerradas en las dimensiones de un epigrama. En los tiempos cada vez más congestionados que nos aguardan, la necesidad de literatura deberá apuntar a la máxima concentración de la poesía y del pensamiento” (o.c., p. 64). A continuación, elogia la insuperable capacidad de concisión del fabulista Augusto Monterroso. Concisión y fábula son conceptos complementarios. De hecho, el éxito de la fábula, según Genette, viene dado por su brevedad y notoriedad, condiciones necesarias para que sea un género tan popular. Esa brevedad o concisión, precisamente, tan acorde con el gusto por la brevitas en la literatura latina, convertida en una obsesión en los tiempos del Imperio, va a ser una de las metas de ciertos maestros del relato breve de nuestro siglo
[2]. Monterroso, recreador irónico de fábulas, es, además, autor de cuentos tan breves como el titulado "El dinosaurio" (“Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.", en Obras completas [y otros cuentos], incluido en el volumen Cuentos, fábulas y lo demás es silencio, México, Alfaguara, 1996, p. 69). Salvadas las distancias de tiempo, es a esa misma brevedad a la que alude Gayo Julio Fedro en los senarios que abren su libro segundo de fábulas
[3]:
Sed si libuerit aliquid interponere,
Dictorum sensus ut delectet varietas,
Bonas in partes, lector, accipias velim,
Ita, si rependet illam brevitas gratiam.
Cuius verbosa ne sit commendatio,
Attende, cur negare cupidis debeas,
Modestis etiam offerre, quod non petierint
[4]El Monterroso fabulista ha sabido captar perfectamente el tono y lenguaje de un Esopo o de un Fedro, adaptándolos a los tiempos y circunstancias modernos, no desprovisto de ironía con respeto al propio género. Veamos un ejemplo significativo a partir de la fábula de Fedro titulada "La vaca, la cabra, la oveja y el león" (Phaed.1,5):
VACCA, CAPELLA, OVIS ET LEO
Numquam est fidelis cum potente societas:
Testatur haec fabella propositum meum.
Vacca et capella et patiens ovis iniuriae
Socii fuere cum leone in saltibus.
Hi cum cepissent cervum vasti corporis,
Sic est locutus partibus factis leo:
«Ego primam tollo, nominor quoniam leo;
Secundam, quia sum fortis, tribuetis mihi;
Tum, quia plus valeo, me sequetur tertia;
Malo adficietur, siquis quartam tetigerit».
Sic totam praedam sola inprobitas abstulit.
Añadamos, además, esta traducción anónima recogida por Menéndez Pelayo
[5]:
LA VACA, LA CABRA, LA OVEJA Y EL LEÓN.
Nunca con el potente
Fue fiel la compañía.
La fábula mía
Confirma mi propuesta claramente.
La Vaca y la Cabrilla, y la paciente
Oveja, compañeros del León fueron
En los bosques, y un Ciervo muy crecido
Entre todos cogieron,
El cual en cuatro partes dividido,
El león engreído
Habló de esta manera:
Me llaman León, me tomo la primera.
De aquesta misma suerte
Me daréis la segunda, pues soy fuerte;
También, porque más puedo,
Seguirá la tercera mi denuedo;
Nadie la cuarta toque;
Muy mal lo pasará quien lo provoque.
Con esto la maldad y la insolencia
Toda la presa entrega a su violencia.
La recreación y variación que hace Monterroso sobre la fábula de Fedro precisa en buena medida del texto subyacente que acabamos de leer para su perfecta comprensión. No en vano, como el mismo Monterroso declara, la conoce de memoria, como fruto de una especial relación con el latín que ha tenido a bien relatarnos en otro lugar. La nueva fábula, por lo demás, bien podría haber sido escrita por un Fedro actual, dado su respecto a las normas del género y su contenido crítico con el poder:
"La Vaca, la Cabra y la paciente Oveja
[6] se asociaron un día con el León para gozar alguna vez de una vida tranquila, pues las depredaciones del monstruo (como lo llamaban a sus espaldas) las mantenían en una atmósfera de angustia y zozobra de la que difícilmente podían escapar como no fuera por las buenas.
Con la conocida habilidad cinegética de los cuatro, cierta tarde cazaron un ágil Ciervo (cuya carne por supuesto repugnaba a la Vaca, a la Cabra y a la Oveja, acostumbradas como estaban a alimentarse con las hierbas que cogían
[7]) y de acuerdo con el convenio dividieron el vasto cuerpo
[8] en partes iguales.
Aquí, profiriendo al unísono toda clase de quejas y aduciendo su indefensión y extrema debilidad, las tres se pusieron a vociferar acaloradamente, confabuladas de antemano para quedarse también con la parte del León, pues, como enseñaba la Hormiga, querían guardar algo para los días duros del invierno.
Pero esta vez el León ni siquiera se tomó el trabajo de enumerar las sabidas razones
[9] por las cuales el Ciervo le pertenecía a él solo, sino que se las comió allí mismo de una sentada, en medio de los largos gritos de ellas en que se escuchaban expresiones como Contrato Social, Constitución, Derechos Humanos y otras igualmente fuertes y decisivas." (Augusto Monterroso, “La parte del león”, en La oveja negra y demás fábulas, recogida en Cuentos, fábulas... p. 208)
Nótese la fina ironía, sobre todo en la intencionada translación al presente, con términos como “Derechos Humanos”, o “Constitución”, lo que no deja de reflejar el trasfondo de unas inquietudes sociales y políticas. El texto latino de Fedro, aunque presupuesto en la fábula ("enumerar las sabidas razones") aflora esporádicamente en los adjetivos "paciente" -patiens- ("la paciente Oveja"), o "vasto" -vastus- ("el vasto cuerpo"). El respeto a las convenciones del género es escrupuloso, haciendo hincapié siempre en el carácter universal de los protagonistas, frente a la posibilidad del personaje individual propio de un cuento
[10], lo que refuerza, además, con alusiones a otras fábulas, como la de la hormiga. La historia no acaba aquí, pues, como si de una ironía del destino se tratara, el libro de Monterroso donde se contiene esta fábula ha sido traducido al latín por Tarsicio Herrera Zapién, con el título de Ovis nigra atque caeterae fabulae
[11]. El mismo Monterroso nos comenta este hecho: "¿Cómo podía imaginar allá lejos que algún día mis propias fábulas estarían traducidas al idioma que me abrió las puertas a las maliciosas expresiones de Aristófanes por uno de estos sabios peripatéticos, concretamente por Tarsicio Herrera Zapién, traductor de Horacio y de Tibulo? Sólo se cumple lo que no se ha soñado"
[12].
Y pasamos ahora a la relación entre erudición antigua y literatura fantástica moderna. De entre los 37 libros que componen la Historia Natural, es el libro VII, que tiene al ser humano como asunto central, el que brinda a Borges el motivo de su historia: la prodigiosa memoria de un joven tullido llamado Funes. El narrador-testigo de la historia ha comenzado el aprendizaje del latín, motivo por el cual lleva consigo libros que le ayuden a tal iniciación. Ireneo Funes, cuya memoria puede recoger cualquier detalle, por mínimo que sea, pide al narrador alguno de estos libros, "acompañado de un diccionario «para la buena inteligencia del texto original, porque todavía", dice, "ignoro el latín»"; éste le presta, no sin reserva y justificado escepticismo, el diccionario de Quicherat y el mencionado volumen de Plinio. Sorprendentemente, al cabo de siete días, cuando el narrador acude a reclamarle sus libros por tener que partir inesperadamente, encuentra a Ireneo hablando en latín:
"Atravesé el patio de baldosa, el corredorcito; llegué al segundo patio. Había una parra; la oscuridad pudo parecerme total. Oí de pronto la alta y burlona voz de Ireneo. Esa voz hablaba en latín; esa voz (que venía de la tiniebla) articulaba con moroso deleite un discurso o plegaria o incantación. Resonaron las sílabas romanas en el patio de tierra; mi temor las creía indescifrables, interminables; después, en el enorme diálogo de esa noche, supe que formaban el primer párrafo del vigésimocuarto capítulo del libro séptimo de la Naturalis historia. La materia de ese capítulo es la memoria; las palabras últimas fueron ut nihil non iisdem verbis redderetur auditum (...)
Ireneo empezó por enumerar, en latín y en español, los casos de memoria prodigiosa registrados por la Naturalis Historia: Ciro, rey de los persas, que sabía llamar por su nombre a todos los soldados de sus ejércitos; Mitrídates Eupator, que administraba la justicia en 22 idiomas de su imperio; Simónides, inventor de la mnemotecnia; Metodoro, que profesaba el arte de repetir con fidelidad lo escuchado una sola vez. Con evidente buena fe se maravilló de que tales casos maravillaran. Me dijo que antes de esa tarde lluviosa en que lo volteó el azulejo, él había sido lo que todos los cristianos: un ciego, un sordo, un abombado, un desmemoriado. (Traté de recordarle su percepción exacta del tiempo, su memoria de nombres propios; no me hizo caso.) Diecinueve años había vivido como quien sueña: miraba sin ver, oía sin oír, se olvidaba de todo, de casi todo. Al caer, perdió el conocimiento; cuando lo recobró, el presente era casi intolerable de tan rico y nítido, y también las memorias más antiguas y más triviales. Poco después averiguó que estaba tullido. El hecho apenas le interesó. Razonó (sintió) que la inmovilidad era un precio mínimo. Ahora su percepción y su memoria eran infalibles (...)". ("Funes el memorioso", en Ficciones [Obras Completas, tomo I. Barcelona, 1989, pp. 487-488])
Así pues, lo que bien podría haber sido un ensayo acerca de los prodigios de la memoria ha quedado convertido en una emotiva ficción con características de mito. De nuevo otra tensión, esta vez entre ensayo y fabulación, cuya separación presenta límites difusos. Es reseñable, por último, que Borges utilice para este relato los volúmenes de Plinio en latín, sabiendo que también conoce la traducción inglesa
[13]. Saber latín no era para Borges una cuestión baladí. Su aprendizaje de la lengua de Virgilio en Ginebra, y la posibilidad de acceder a sus textos marcó al autor para toda la vida. Pero conviene hacer ver que este amor por la erudición clásica es indisociable de su admiración por las literaturas francesa, inglesa y alemana, cuya lectura no está desprovista de cierto desdén por la prosa española
[14]. En este sentido, la literatura inglesa sirve, a su vez, de inagotable fuente de referencias a obras latinas transmisoras de maravillas
[15].
Borges y los antiguos portentos. Hacia el relato fantástico de Gelio
Cuando las casualidades, los encuentros esporádicos, se vuelven previsibles, es cuando podemos pensar en una vaga forma de conocimiento. Cabía hacer la deducción de que Borges, maestro de lectores, hubiera compartido con Bioy la lectura de Gelio. El problema era el de encontrar datos positivos de esa incierta lectura en un autor que vela y distorsiona de manera intencional sus precursoras fuentes de inspiración. Ya en otro lugar he señalado algunas afinidades entre Borges y Gelio, como el consabido amor a la erudición y, sobre todo, ciertos juegos de ficción a partir de esa misma erudición. Así las cosas, una lectura más detenida de Borges delató un ejemplo concreto de esa conciencia del autor latino. Se trataba del prólogo a las Crónicas marcianas de Ray Bradbury, donde se cita un curioso episodio transmitido por Gelio:
“Para Luciano y para Ariosto, un viaje a la Luna era símbolo o arquetipo de lo imposible, como los cisnes de plumaje negro para el latino; para Kepler, ya era una posibilidad, como para nosotros. ¿No publicó por aquellos años John Wilkins, inventor de una lengua universal, su Descubrimiento de un Mundo en la Luna, discurso tendente a demostrar que puede haber otro Mundo habitable en aquel Planeta, con un apéndice titulado Discurso sobre la posibilidad de una travesía? En las Noches áticas de Aulo Gelio se lee que Arquitas el pitagórico fabricó una paloma de madera que andaba por el aire; Wilkins predice que un vehículo de mecanismo análogo o parecido nos llevará, algún día, a la Luna.” (J.L. Borges, “Ray Bradbury, Crónicas Marcianas”, en Prólogos con un prólogo de prólogos, Obras Completas IV, Barcelona, 1996, p. 28)
La referencia, como vemos, es mínima, y sólo aparece el dato preciso de una noticia fantástica referida por Gelio: ¡una paloma de madera que vuela! No podemos menos que citar el texto que sirve de fuente:
“Sobre historias fabulosas que Plinio el Viejo atribuye de forma ignominiosa al filósofo Demócrito; y, asimismo, sobre el artificio de una paloma voladora de madera.
Hay un libro de Demócrito, uno de los más respetables filósofos, sobre la fuerza y la naturaleza del camaleón, que Plinio el Viejo, en el libro vigésimo octavo de su Historia Natural
[16], afirma haber leído, de manera que transmite como si fueran de Demócrito muchas cosas absurdas e insoportables de escuchar. Entre otras, recordamos unas cuantas aun sin ganas, pues es asunto bastante tedioso: el gavilán, la más rápida de entre las aves, si por un azar vuela por encima de un camaleón que repta sobre el suelo, es atraído y cae a tierra por acción de algún tipo de fuerza, y se ofrece voluntariamente para ser descuartizado por el resto de las aves. También aparece esta peculiaridad que va más allá de lo creíble: si se quema con leña de roble la cabeza y el cuello del camaleón, surgen de repente lluvias y truenos, y esto sucede también si se quema el hígado del mismo animal sobre el techo de una casa. O la siguiente tontería, que, por Hércules, dudé si ponerla –así de risible es su insensatez- salvo por esta razón, porque me dio la oportunidad de decir lo que pensamos ante los engañosos reclamos de este tipo de mentiras, con las que muchos ingenios aparejados se ven atrapados y se someten a su pernicioso efecto, en especial aquellos que están deseando aprender. Pero vuelvo a Plinio. Dice que si el pie izquierdo del camaleón se tuesta con una hierba del mismo nombre del animal mediante hierro calentado al fuego, y uno y otra se maceran mediante un ungüento, se amasan como si fueran pastelillos, y luego se echan en un vaso de madera, esto que porta el vaso, si se vierte a la vista de todos, se vuelve invisible.
No creo que estos portentos y asuntos increíbles transcritos por Plinio sean dignos de Demócrito, como eso que el propio Plinio asegura en su décimo libro
[17], que Demócrito dejó escrito que hay ciertas aves dotadas de habla y que con la mezcla de su sangre nace una serpiente; si alguien la tomara, podría interpretar las lenguas y las conversaciones de las aves.
Parece que muchos de estos comentarios han sido atribuidos por personas necias a Demócrito, aprovechando como refugio su prestigio y autoridad. Mas esto que, según se dice, ideó y fabricó Arquitas el Pitagórico, no debe parecer ni menos admirable ni vano. Así pues, muchos de los griegos notables y Favorino el filósofo, uno de los más fieles seguidores de las viejas memorias, afirmaron sin temor a equivocarse que Arquitas había fabricado una paloma de madera que había volado gracias a cierto ingenio mecánico; ciertamente se mantenía suspendida en equilibrio y se movía gracias a una corriente de aire en ella encerrada y oculta. Me apetece, por Hércules, citar las palabras del mismo Favorino relativas a un asunto tan increíble: “Arquitas, de Tarento, que tenía, entre otras cosas, conocimientos de mecánica, construyó una paloma voladora de madera. Siempre que se posaba ya no remontaba el vuelo ***” (Aulo Gelio, Noches Áticas 10,12 –traducción de F. García Jurado-)
Apreciamos cómo Gelio refiere con escepticismo diferentes noticias curiosas, en buena medida absurdas, que para un lector antiguo serían hechos fabulosos, sorprendentes, mientras que para un lector moderno podrían entenderse perfectamente dentro del terreno siempre difícil de los hechos fantásticos. Borges utiliza, precisamente, la última de las noticias referidas, la de la paloma de madera que vuela, en su reflexión sobre los viajes a la luna. A este respecto, cabría haber incurrido en referencias antiguas más esperables, como la del propio viaje a la luna narrado por Luciano de Samosata en sus Historias verdaderas, precursoras de Swift. Sin embargo, con Borges asistimos, una vez más, al dato recóndito que nos lleva a imaginar en la paloma de madera de Gelio el prototipo de la nave espacial. Borges está releyendo una vieja noticia fabulosa dentro de un nuevo contexto propio de la moderna literatura fantástica y de la ciencia ficción. Estamos, de hecho, ante una lectura muy diferente de las que hemos visto en Cortázar y Bioy, verbal y vital, respectivamente. Esta nueva lectura, la de Borges, pondría a Gelio en una suerte de antología de textos antiguos susceptibles de ser leídos como relatos fantásticos desde la modernidad. Los relatos de Luciano, la novela de Apuleyo, algunos pasajes de Petronio, como el del hombre-lobo (versipellis), la carta de Plinio el Joven sobre los fantasmas, los datos curiosos de Plinio el Viejo, precursores de los bestiarios medievales, o algunos textos que de manera escéptica nos ha transmitido el propio Gelio son parte fundamental de esta antología inminente que nutre la imaginación moderna. A esta cuestión de la relación entre la literatura latina y los modernos relatos fantásticos dediqué y sigo dedicando mis esfuerzos desde el año 1999
[18]. Como casi siempre, la escueta referencia que Borges hace de Gelio no es baladí, sino el indicio certero de una relectura moderna. De hecho, la primera vez que me acerqué a un libro de Borges me resultó muy sorprendente encontrar un cuento, “Funes el memorioso”, inspirado, precisamente, en los datos prodigiosos que Plinio el Viejo cuenta acerca de la memoria en el libro VII de su Naturalis Historia. No hay que olvidar que Gelio es buen lector de Plinio, y que también se hace eco de estos hechos prodigiosos en el capítulo 17 del decimoséptimo libro de sus Noches:
“Quinto Ennio decía tener tres corazones, dado que sabía hablar en lengua griega, osca y latina. Mitrídates, por su parte, famoso rey del Ponto y de Bitinia que fue vencido por Gneo Pompeyo, manejaba perfectamente las lenguas de los veinticinco pueblos que tenía bajo su gobierno, y jamás habló con súbito alguno suyo por medio de intérpretes. Siempre que se daba la ocasión de llamar a alguno de ellos, utilizaba la lengua de aquel mismo con no menos destreza que si fuera un paisano suyo.” (Aulo Gelio, Noches áticas 17, 17 -trad. de F. García Jurado-)
Curiosamente, tanto este capítulo de Gelio como el cuento de Borges nacen de un mismo texto de la Naturalis Historia. Mientras Gelio lo lee como asunto portentoso, Borges lo convierte en materia fantástica
[19]. Pero el uso de Gelio para nutrir modernos relatos fantásticos deparaba más sorpresas imprevistas. Gracias a la publicación de la “Biblioteca Personal Jorge Luis Borges”, colección argentina que apareció a finales de los años 80 en España, tuve ocasión de conocer un raro autor francés que murió a comienzos del siglo XX. Se trataba de Marcel Schwob, y en la colección se incluían sus Vidas imaginarias. Me sorprendió el excelente conocimiento filológico que este autor demostraba al reinventar las vidas de algunas personas reales, como Empédocles, Lucrecio o Petronio. Borges declaraba en el lúcido prólogo al libro que Schwob había sido una de las fuentes no declaradas de su Historia universal de la infamia. Ya no dejé de leer a Schwob. Descubrí que este autor había desafiado a la historia literaria creando imaginarios deslumbrantes: inventó unos nuevos Mimos de Herodas, estudió con pasión el argot del poeta francés Villon, y releyó textos antiguos a la luz de Poe. En particular, acudió a las Noches áticas para escribir dos cuentos fantásticos. Uno de ellos, “Breatrice”, en la más pura tradición del cuento “Berenice” de Poe, está inspirado en un hermoso dístico atribuido a Platón que nos ha transmitido Gelio. En el propio cuento se narra el encuentro de este peculiar poema en las páginas de un “gramático de la decadencia”, que no es otro que Gelio. Otro de sus cuentos, “Las vírgenes milesias”, se inspira en una escueta noticia de Gelio en la que narra cómo las jóvenes de Mileto fueron presa de una extraña plaga que las conducía insensatamente al suicidio.
[20] Schwob tuvo gran predicamento en Argentina a partir de los años 30, que fue cuando Borges decidió publicar algunas de sus vidas imaginarias en la Revista Multicolor. Por tanto, no menos admirable me pareció la aparición de Gelio en Cortázar que descubrir luego cómo un escritor francés de finales del siglo XIX se inspiraba en sus textos para construir fabulosos relatos de misterio. Estaba descubriendo, ciertamente, senderos insospechados por los que transcurría la literatura y de los que nadie me había hablado jamás.
[1] Italo Calvino, Seis propuestas para el próximo milenio, Madrid, Siruela, 1990.
[2] Pilar Tejero, en un documentado artículo titulado “El precedente literario del microrrelato: la anécdota en la Antigüedad clásica” (Quimera 211-212, 2001, pp. 13-19), cita a Borges, Bioy Casares y Monterroso, entre otros.
[3] "Fedro parla piú volte della propria brevitas (2 prol. 12; 3 epil. 8; 4 epil. 7). I 3, 10, 59 sg. si difende dall'accusa di brevità eccessiva." (Michael Von Albrecht, Storia della letteratura latina. Da Livio Andronio a Boezio I-III, Torino, Einaudi, 1995-1996, p. 1004).
[4] "Mas si me agradase intercalar algo, / para que la variedad de los dichos deleite los sentidos, / desearía que lo recibas de buen grado, lector. / De tal forma, la brevedad compensará ese favor. / Y para que la recomendación de esto no sea superflua, / presta atención a porqué debes negar a los ávidos / y otorgar a los moderados lo que no han pedido".
[5] Fue publicada en el Diario de Valencia el 23 de octubre de 1799 (Menéndez Pelayo, Bibliografía..., tomo III, p.350).
[6] Es prácticamente el verso tercero de la fábula de Fedro: Vacca et capella et patiens ovis (...).
[7] Monterroso señala el absurdo de la fábula de Fedro, donde se nos escapa ciertamente el sentido último que puede tener el hecho de que unos animales herbívoros tengan interés en la caza de un ciervo. Nótense también los ecos literarios del texto.
[8] Recuérdese el verso 5 de Fedro: cervum vasti corporis.
[9] Es decir, las enumeradas en los versos 7 a 10 de la fábula de Fedro.
[10] "El protagonista de la fábula es el universal, como lo prueba el que ya lleve artículo determinado en su agnición o primera aparición; sólo el universal, por cuanto comporta el acto intencional que refleja la mención sobre la lengua misma, constituye, en efecto, en «personaje» un ser ya conocido por todo oyente: «el cordero bajó a beber al río; el lobo,, que estaba bebiendo aguas arriba de él, le dijo...». El protagonista del cuento es, en cambio, un particular individual indefinido, como lo prueba el que su mención de agnición se componga de un nombre común precedido de artículo indeterminado: «Había una vez un molinero que tenía una mujer joven y hermosa...» (...)" (Rafael Sánchez Ferlosio, "Un esquema", en EL PAÍS, 24-VIII-1996).
[11] Publicado por la Universidad Autónoma de México.
[12] Tomado del sabrosísimo artículo de Augusto Monterroso titulado "Mi relación más que ambigua con el latín", publicado en Diario 16 el 26 de mayo de 1990, y reeditado ahora en su libro La vaca (Madrid, Alfaguara, 1998, pp. 83-87).
[13] Así lo podemos ver en "El Aleph": "(...) vi una quinta de Adrogué, un ejemplar de la primera versión inglesa de Plinio, de la Philemon Holland (...)" ("El Aleph", en El Aleph [op.cit., tomo I. p. 625]).
[14] "Pero no pasó lo mismo con la prosa. Algunos como Azorín, Valle Inclán y Unamuno fueron muy leídos, pero nunca con esa admiración entregada que supieron despertar los poetas. En realidad la cultura literaria de América Latina, desde las guerras de la independencia, se rebela contra España y se embebe de las literaturas de Francia, Inglaterra y Alemania. Entramos en el siglo XX mucho más cerca de la Europa transpirenaica que de España. La aparición de escritores como Borges o Lezama Lima, con una erudición tan universal, se relaciona con cierta antihispanidad literaria" (Abel Posse, "Borges y la literatura española", ABC 29-X-95).
[15] Esta cuestión la hemos estudiado en nuestro artículo “Plinio y Virgilio: textos de la literatura latina en los relatos fantásticos modernos. Una página inusitada de la Tradición Clásica”, CFC (E.Lat) 18, 2000, pp. 163-216.
[16] Plinio el Viejo, Historia Natural 28, 112.
[17] Plinio el Viejo, Historia Natural 10, 137.
[18] En noviembre de 1999 impartí en Argentina, concretamente en las universidades Nacional de Rosario y Nacional de Tucumán una conferencia con el título “Literatura fantástica moderna y literatura latina: claves de una relación compleja”. Aquellos días han quedado para siempre ligados a mis amigos los profesores Alba Romano, Estela Assis y Rubén Florio.
[19] F. García Jurado, “Plinio y Virgilio: textos de la literatura latina en los relatos fantásticos modernos. Una página inusitada de la Tradición Clásica”, CFC (Lat) 18, 2000, pp. 163-216.
[20] F. García Jurado, Marcel Schwob. Antiguos imaginarios, Madrid, 2008.