lunes, 24 de noviembre de 2008

LA FIGURA DEL AUTOR: MÁSCARA Y VIDA IMAGINARIA


Si bien los autores de una literatura antigua pueden subyacer en un texto moderno bajo diferentes aspectos, vamos a destacar lo que llamamos “persona” (“máscara”) y “vida imaginaria”, es decir, la encarnación de un autor en la voz de otro y la recreación de la vida de un autor construida mediante la combinación de aspectos biográficos no siempre reales y literarios. Tales procedimientos, si bien pueden rastrearse en todos los tiempos, reciben nombre y forma en la modernidad: Ezra Pound configura las máscaras (a partir de Robert Browning[1]) y el simbolista Marcel Schwob crea el microgénero de las vidas imaginarias, del que Jorge Luis Borges y Tabucchi serán fieles seguidores. Veamos algunos textos concretos.
En cuanto a la adopción del texto ajeno como máscara, además del imprescindible Ezra Pound, cabe destacar modalidades menos conocidas que nos ofrecen autores como el catalán Joan Perucho o el ruso Ossip Mandelstam. Mientras Pound y Percuho juegan con el poeta Propercio, el tercero lo hace con la figura de Ovidio. Así pues, Propercio se convierte en la voz de Pound en su poema titulado "Homenaje a Sexto Propercio", perteneciente al libro Personae. El poema de Pound comienza con los ecos de la primera elegía del libro tercero de Propercio (Callimachi manes et Coi sacra Philitae, / in vestrum, quaeso, me sinite ire nemus! [...]):

"Sombras de Calímaco, fantasmas de Filetas de Cos,
es por vuestra arboleda por donde yo querría caminar,
yo, el primero en llegar de la fuente clara
trayendo a Italia las orgías griegas
y a Italia la danza (...)"

(Ezra Pound, Personae. Los poemas breves. Edición revisada, al cuidado de Lea Baechler y A.Walton Litz. Traducción de Jesús Munárriz y Jenaro Talens. Texto bilingüe, Madrid, Hiperión, 1999, p. 401)

En todo caso, no se trata de una traducción, sino de un nuevo texto inequívocamente distinto que incluso en sus errores encuentra nuevos hallazgos[2]. De una manera muy original y sentida, el escritor catalán Joan Perucho hace revivir toda la intensidad de la muerte y reaparición fantasmal de Cintia en el poema titulado “La sombra de Propercio”, con ecos muy particulares a la elegía séptima del libro cuarto:

“Llevabas la sortija calcinada en el dedo,
fragmentos de barro en el rostro
amoratado, y rota la seda de tu vestido
cuando sentí el peso de tu cadera
junto a mí, muy cerca de mi sueño.
Intentaste hablar nuevamente, y tus ojos
reflejaron los días llenos de amor
por las cosas y por nuestros encuentros.
Ha surgido así la cabaña del prado y el camino
cerca del riachuelo de aguas heladas
y la habitación donde moriste en la sombra.
Un viento ha helado mi corazón. Nada vuelve otra vez.
Escucho la nocturna voz de tu silencio
y veo cómo sales sin abrir ni cerrar
la puerta, y atraviesas la cerca.”

(Juan Perucho, “Cinc poemes inèdits/Cinco poemas inéditos”, en Pasajes 5, 1986, pp. 52-53)[3]

La obra Ovidio escrita en su destierro es un asunto que ha despertado el interés de muchos autores modernos, ya que han visto en este exilio el paradigma de los exilios[4]. Particularmente, nos ha dejado huella la identificación que el poeta ruso Ossip Mandelstam hace de su propio exilio durante la época de Stalin con el poeta latino Ovidio. No en vano, ambos poetas sufrieron exilio en el Mar Negro. Mandelstam elegirá el mismo título que Ovidio para uno de sus libros más leídos, Tristia, título que, asimismo, abre este poema concreto escrito en 1918:

“Estudié la ciencia de la despedida
en las calvas quejas de la noche.
Rumian los bueyes y la espera se alarga,
la última hora de las vigilias de la ciudad.
Sigo el rito de esta noche del gallo,
cuando, tras llevar una penosa carga,
los ojos llorosos miraron a lo lejos,
y lágrimas de mujer se mezclaron con el canto de las musas.

¿Quién puede saber al oír la palabra «despedida»
qué separación nos aguarda?
¿Qué nos anuncia el canto del gallo
cuando la llama arde en la Acrópolis?
Yen la aurora de una nueva vida,
cuando en el zaguán perezosamente rumia el buey,
¿por qué el gallo, heraldo de la vida nueva,
en la muralla de la ciudad agita sus alas?

Y yo amo el hilo de la costumbre:
se desliza la canoa, susurra el huso.
Mira, a nuestro encuentro, como pluma de cisne,
vuela ya, descalza, Delia.
¡Oh, mísera trama de nuestra vida,
donde es tan pobre el lenguaje de la alegría!
Todo pasó antes, todo se repetirá de nuevo.
Y sólo es dulce el instante del reconocimiento.

Que así sea: una figura transparente
yace inmaculada en el plato,
como la piel tersa de una ardilla.
Una muchacha, inclinada hacia la cera, la contempla.
No nos toca adivinar la suerte del Erebo.
Para las mujeres es cera lo que para los hombres es cobre.
A nosotros sólo en las batallas nos habla el destino,
y a ellas, les es dado morir leyendo el futuro."

(Osip Mandelstam, Tristia y otros poemas. Prólogo de Joseph Brodsky. Traducción y epílogo de Jesús García Gabaldón, Tarragona, Igitur, 1998, pp. 71-73)[5]

La compleja urdimbre de imágenes que se despliegan en este poema no nos impide recordar la elegía tercera del libro primero de los Tristes, aquella que comienza con el sentido verso Cum subit illius tristissima noctis imago, encarnación de toda partida, fin y principio, que evoca el mismo Goethe al final de su Viaje a Italia. Ahora bien, la puntual referencia a Delia que hace el poeta ruso nos remite al texto de otra elegía, igualmente la tercera del libro primero, pero esta vez del elegiaco Tibulo. Hay versos como "vuela ya, descalza, Delia" (v. 20) muy cercanos al texto latino: obvia nudato, Delia, curre pede (Tib. 1,3,91)[6].
También podemos encontrar a Ovidio recreado ahora en el microgénero de la "vida imaginaria", de origen simbolista, que en épocas más recientes han seguido cultivando autores como el italiano Antonio Tabucchi, quien en su libro titulado Sueños de sueños ha logrado configurar una obra con evidentes reminiscencias de Marcel Schwob. Tabuchi, al igual que el simbolista francés, recrea, esta vez en forma de sueños, las vidas de diversos personajes, desde Dédalo hasta Sigmund Freud. Muchas son las coincidencias de la obra de Tabucchi con la de Schwob, entre las que destaca, significativamente, la recreación común de la vida de Cecco Angiolieri. Para lo que aquí nos ocupa resulta muy relevante la presencia explícita de un poeta y un novelista latino: Lucrecio y Petronio en Schwob, Ovidio y Apuleyo en Tabucchi. Este hecho, en nuestra opinión, no es casual, más aún si tenemos en cuenta otros paralelismos de estructura y estilo[7]. La elección de Lucrecio por parte de Schwob y de Ovidio por parte de Tabucchi parece responder, asimismo, a las claves del género, pues la vida imaginaria de Lucrecio es una alegoría de la locura que lleva a comprender los elementos mínimos que componen la realidad, y la vida de Ovidio supone la representación poética de una metamorfosis cargada de simbolismo y fatalidad. La vida imaginaria de Ovidio toma forma de sueño, concretamente el sueño visionario de un Ovidio desterrado y transformado en mariposa, una de esas metamorfosis cantadas por él, aunque la metamorfosis kafkiana es la que viene a convertirse en el verdadero trasfondo de la transformación sufrida por el poeta:

"En Tomi, a orillas del Mar Negro, una noche del 16 de enero del año 18 después de Cristo, una noche gélida y tempestuosa, Publio Ovidio Nasón, poeta y cortesano, soñó que se habían convertido en un poeta amado por el empera­dor. Y como tal, por milagro de los dioses, se había transformado en una inmensa mariposa.
Era una enorme mariposa, tan grande como un hombre, de majestuo­sas alas azules y amarillas. Y sus ojos, unos desmesurados ojos esféricos de mariposa, abarcaban todo el horizonte. (...)
Cuando llegaron a las puertas de Roma, Ovidio se levantó de los almohadones con gran esfuerzo, ayudándose con sus patas puntiagudas, rodeó su cabeza con una corona de laurel.
La multitud estaba extasiada y muchos se postraban porque creían que era una divinidad de Asia. Entonces Ovidio quiso advertirles que era Ovidio, y empezó a ha­blar. Pero de su boca salió un extraño zumbido, un zumbi­do agudísimo e insoportable que obligó a la multitud a taparse los oídos con las manos[8].
¿No oís mi canto?, gritaba Ovidio, ¡éste es el canto del poeta Ovidio, aquel que os enseñó el arte de amar, que habló de cortesanas y de cosméticos, de milagros y de metamorfosis! (...)
El emperador lo esperaba sentado en su trono y bebía una jarra de vino. Escuchemos qué has compuesto para mí, dijo el César.
Ovidio había compuesto un breve poema de ágiles versos afectados y placenteros para que alegraran al César. Pero ¿cómo decirlos, pensó, si su voz era tan sólo el zumbido de un insecto? Y entonces pensó en comunicar sus versos al César mediante gestos y empezó a agitar suavemen­te sus majestuosas alas coloreadas en una danza maravillosa y exótica. Las cortinas del palacio se agita­ron, un molesto viento barrió las habitaciones y el Cé­sar, con irritación, estrelló la jarra contra el suelo. El César era un hombre rudo, al que le gustaba la fruga­lidad y la virilidad. No podía soportar que aquel insecto indecente ejecutara delante de él aquella danza afemina­da. Llamó con unas palmadas a los pretorianos y éstos acudieron.
Soldados, dijo el César, cortadle las alas. Los pretorianos desenvai­naron la espada y con pericia, como si podaran un árbol, cortaron las alas de Ovidio. Las alas cayeron al suelo como si fueran suaves plumas y Ovidio comprendió que su vida finalizaba en aquel momen­to. Movido por una fuerza que sentía era su destino, tomó impulso y balanceándose sobre sus atroces patas salió de nuevo a la balconada del palacio. A sus pies había una multitud enfurecida que reclamaba sus restos, una multi­tud ávida que lo aguardaba con las manos furiosas.
Y entonces Ovidio, tambaleándose, bajó la escalera de palacio." (Sueño de sueños, seguido de Los tres últimos días de Fernando Pessoa. Trad. de Carlos Gumpert Melgosa y Xavier González Rovira, Barcelona, Anagrama, 1996, pp.19-21)

Ovidio sueña que se ha transformado en mariposa, hecho sobrenatural y visionario que nos conduce a su propia obra poética. La metamorfosis de larva en crisálida es una de las tratadas en las Metamorfosis de Ovidio (Met.15,372-374), precisamente en el discurso de Pitágoras (quaeque solent canis frondes intexere filis / agrestes tineae [res observata colonis] / ferali mutant cum papilione figuram[9]). De todas las metamorfosis cantadas por Ovidio, ésta es la única que, junto con la de renacuajo en rana, que viene a continuación, es admitida por la ciencia moderna. De su simbolismo como figuración del alma que abandona el cuerpo da cuenta el sugerente adjetivo "fúnebre" (feralis) que aparece en el verso 374[10]. No sabemos si Tabucchi tendría in mente este texto ovidiano al escribir su sueño. Si esto fuera cierto, se abriría una sugerente posibilidad de interpretación, al encontrarnos ante una referencia indirecta de un pasaje ovidiano referido precisamente a Pitágoras[11], exiliado voluntario en Crotona (Met.15,62). Así pues, volveríamos a estar ante un relato iniciático en el que Ovidio, como poeta neopitagórico, habría experimentado una trasmigración, aunque fatal, en el cuerpo de una mariposa[12]. Por último, la confusión entre la vida del poeta (en concreto, su exilio) y su relato (la metamorfosis) es también un rasgo muy pertinente. Es curioso que haya estudiosos que sostengan que el destierro no fue más que una invención literaria del propio poeta[13], lo que pondría este dato de su biografía en el mismo plano imaginario en el que está el filtro de amor del poeta del De rerum natura.

-La persona de Aulo Gelio en la Literatura del siglo XX: Arturo Capdevilla

Termino este blog con un pequeña sorpresa. Debo ahora situarme en una tarde previa a la noche de Reyes del año 2005. Paso la tarde tranquilamente mientras busco ocioso, por el mero placer de hacerlo, datos sobre Gelio y sus posibles lectores modernos en el buscador Google. Inserto en el buscador dos nombres: “Gelio” y “Borges”. Y es entonces cuando me encuentro con una emocionante sorpresa:
“Capdevila, Arturo (Córdoba, Argentina, 1889-1967)
Nacido en Córdoba. Su extensísima obra literaria abarcó todos los géneros: novela, cuento, ensayo, historia, biografía, leyenda, poesía, teatro, tradición, religión. Pero su fama es la de poeta, que lo fue ya desde sus primeros libros, recibidos con admiración: Jardines solos (1911), Melpomene (1912) y El poema de Nenúfar (1915). Además de algunos textos famosos, repetidos en todas las antologías (“Aulo Gelio”, “Nocturno de Job”, “Melpomene”), Capdevila se destacó por el romance y, especialmente, por el romance histórico. Otra veta que aseguró su prestigio fueron los libros de evocación histórica: Córdoba del recuerdo (1923), La santa furia del padre Castañeda (1933), Antaño (1936), Las Invasiones Inglesas (1938) y el Hombre de Guayaquil (1950).”
“Sala Virtual de Lectura”, dirección electrónica http://www.bibnal.edu.ar/salavirtual/bioautores/autores.htm
consultado el 15 de octubre de 2007

Esta escueta noticia biográfica contenía un dato apasionante, nada menos que un poema dedicado enteramente a Gelio, escrito, como no podía ser menos, por un poeta argentino prácticamente contemporáneo de Borges. Es verdad que podía haber sabido sobre este poeta hace mucho tiempo, pues guardo como regalo de mis inquietos abuelos una preciosa antología de la poesía argentina publicada por la añorada editorial Bruguera[14]. Verdaderamente, debía reconocer que la técnica se aliaba ahora para favorecer aún más aquellos hallazgos que venía haciendo desde el año 1984. En otra página web pude saber, sin poder contrastarlo en otra parte, que el poema “Aulo Gelio” había sido calificado por el propio Borges como “uno de los mejores poemas escritos en lengua española”. Todo esto ofrecía nuevas perspectivas, y renovaba mis expectativas para seguir indagando en el misterio de la configuración de un Aulo Gelio argentino. Una vez más, como cuando encontré el texto de Gelio en Cortázar, quedé entusiasmado y expectante ante la sorpresa que me iba a deparar este poema de un famoso y fundamental autor argentino, omnipresente en las antologías de su literatura patria. Alguien comenta en otra página web que Borges apreció mucho este poema, y que hay quien ha comparado la figura de Gelio con la de Borges como prototipos de hombres hechos de erudición. El poema no estaba disponible en internet, tampoco en mi antología de la literatura argentina, y habría que esperar hasta después de navidades para acceder a él dentro de una colección de obras escogidas publicada por Aguilar en 1958 que, asimismo, terminé adquiriendo por encargo telefónico en la Cuesta de Moyano[15]. De Arturo Capdevila supe que era un poeta de resabios clásicos, románticamente antirromántico e irónico[16]. Me llamaría más tarde la atención, una vez tuve ocasión de conocer mejor su obra, que hubiera compuesto un poema dedicado al hundimiento del Titanic, de título casi periodístico, “Catástrofe marina”, cuyo comienzo recuerda al famoso epilio 64 de Catulo, que se abre con una mención a los pinos que conforman la nave de los argonautas. Este es el comienzo del poema de Capdevila:

“Con un poco de bosque y un poco de montaña,
después de un tal trabajo que terminar fue hazaña;
con madera de pinos, de cedros y de robles,
le labraron los flancos vigorosos y nobles. (...)”

Para encontrar su poema “Aulo Gelio” no hay que salir del mismo libro del que extraje los anteriores versos. Se trata de una obra publicada en 1921 que se titula La fiesta del mundo. Ya alguno de los poemas iniciales de este mismo libro apunta a lo que será el tema de la vanidad del erudito, como estos versos de “Me acerqué a la fiesta”:

“Había unos libros en donde
Estaba sepulta la ciencia.
Hojeando cien libros estuve
mil noches eternas.”

La mención a la ciencia sepultada en los libros y al tiempo transcurrido para estudiarlos, “mil noches eternas” (que en algo recuerda a las “mil y una noches”), anticipa el tema de la erudición vana. La impaciencia me empujaba a buscar y leer cuanto antes el poema anhelado y finalmente lo encontré. La composición se abre con una llamada en vocativo a Aulo Gelio, a quien se califica de “feliz” y de “seguro”, mientras que su erudición, como era de esperar, es tachada de “vana”:

“Aulo Gelio, feliz bajo Elio Adriano,
autor preclaro de Las noches áticas,
que en plácidos inviernos escribiste,
seguro de tu dicha y de tu fama.

A la mesa de prósperos amigos 5
ingeniosos equívocos llevabas
o eruditas anécdotas festivas
con una erudición del todo vana.”

En este momento, el poeta enumera algunos de los capítulos más notables de la obra miscelánea:

“(Si los lacedemonios al combate
iban a son de trompa o son de flauta; 10
si en diez mil dracmas cotizó Corinto
la noche de Lais, la cortesana.)”

Y no dejan de aparecer las facetas fundamentales que constituyen los intereses del autor, como su amor a la gramática, las antigüedades de Roma y el antiguo Derecho:

“Historias antiquísimas sabías
y mil reglas de estética y gramática
y orígenes de fiestas y proverbios 15
y quisicosas de las Doce Tablas.”

El gusto por el banquete y el ejercicio de las quaestiones y agudezas aparecen en la estrofa siguiente:

“Y las contabas entre vino y vino,
entre acertijos y triviales fábulas:
que tu espíritu fué dorada abeja
y de ingenuo sabor tu miel pagana.” 20

Capdevila repasa, a su vez, el lugar que motiva el título de la obra, la campiña de Atenas, en la villa de Herodes Ático, y el carácter bilingüe del autor latino:

“A la vera de Atenas, en la finca
señorial, donde bien te regalabas,
armonizaste la elocuencia griega
con la mejor comodidad romana.”

Curiosamente, también se refleja en el poema la impronta que dejó en Gelio el diálogo Las leyes, de Platón, cuando aconseja cómo debe administrarse el vino en los banquetes para permanecer sobrio (Noches áticas 15, 2):

“Siempre pensaste que importaba mucho 25
tener en el festín un alma clara;
que un alma en armonía es grande cosa...
Cosa a los hombres y a los dioses grata.”

Y tampoco olvida Capdevila el “lado de acá”, es decir, la ciudad de Roma y el trato con los maestros de retórica más famosos del momento:

“Volviendo a Roma, por cambiar tus ocios,
Roma cordial conversación te daba: 30
con famosos retóricos de Roma
por el campo de Agripa te paseabas.”

Al igual que Alfonso Reyes recuerda en alguno de sus ensayos los textos que Gelio dedica a las librerías y bibliotecas[17], Capdevila evoca la imagen del erudito en estos mismos lugares:

“O en minuciosa búsqueda de alguna
vieja memoria de la edad pasada,
con dichosa paciencia recorrías 35
las librerías de las Sigilarias.”

Si Roma significa algo para Gelio es, ante todo, el recuerdo de su maestro Favorino de Arlés:

“O en la casa del grave Favorino
solías en reuniones dilatadas,
disertar sobre Píndaro y Homero
hasta que entraba el día entre las lámparas...” 40

Gelio aparece a continuación ubicado en la “fiesta del mundo”, en esa suerte de vanitas que pinta Capdevila a lo largo de todo el libro que lleva este mismo título, y es en ese momento cuando Gelio se convierte en un retrato característico del poeta argentino:

“Buen catador de los mejores vinos,
buen gustador de las mejores viandas,
en la fiesta del mundo sonreías,
la cabeza de rosas coronada.”

Hay en la estrofa siguiente un sutil juego con el nombre de Gelio, que aparece denominado como “Agelio”. No es una errata del poeta, sino de un antiguo copista que confundió la inicial del praenomen Aulo con el propio nombre del autor:

“Hoy todavía tu lector, Agelio, 45
en lánguida actitud te evoca y te halla.
Mientras boga tu barca a Grecia o Roma,
festín recuerdas y festín preparas.”

Sorprende, cómo no, que Capdevila conozca este pormenor filológico de la tradición textual geliana. Compruebo sin esfuerzo que la fuente de esta noticia la extrajo Capdevila del propio comienzo de la introducción a Aulo Gelio escrita por Francisco Navarro y Calvo en su libro de Hernando[18], es decir, de la misma traducción que utilizaron Cortázar y Bioy Casares, y que éste consulta cuando, como yo mismo, se asombra de la peculiaridad del nombre al escuchar en boca de una amiga los hermosos versos:

“Yo los repetí, y de pronto recapacité: Agelio, ¿por qué Agelio? ¿es posible que yo haya leído tantas veces este poema, haya recitado tantas veces estos versos, y que nunca me haya preguntado «por qué Agelio»? ¿O me lo pregunté, pero no tuve el coraje de revelar mi ignorancia? Ahora que lo tengo, pregunto. Mi amiga me propone una explicación que yo mentalmente había desechado: «A por Aulo». «Yo no me atrevería a introducir en un verso a Acapdevila», le contesto.
En casa recorro libros de consulta y por último apelo a mi ejemplar de las Noches áticas (este orden de investigación parece digno de los mejores profesores y estudiantes). En la primera línea de las «Noticias biográficas» del libro (Noches áticas, traducción de Francisco Navarro y Calvo. Madrid: Biblioteca Clásica, 1921) leo: «Aulo Gelio (o Agelio como algunos le llaman, por encontrarse consignado así su nombre en algunos manuscritos, sin duda por ignorancia de copistas que reunieron la inicial del nombre con el apellido de familia)».” (Bioy Casares, Descanso de caminantes, pp. 51-52)

Como vemos, las piezas van encajando sutilmente, y podemos comprobar cómo quedan explícitamente unidos el traductor Francisco Navarro, el poeta Capdevila y, lector de ambos, Bioy. Volviendo de nuevo al poema de Capdevila, éste emprende a continuación una dura crítica contra el autor misceláneo, para él absolutamente ajeno a la realidad política de su época:

“Mas en tanto que vano entretenías
con verdades minúsculas el alma, 50
las legiones del César por la tierra
el triunfo del inicuo dilataban.

Ni una censura te arrancó el injusto.
Ni una chispa de amor la turba esclava.
Tú sabías de Píndaro y Homero; 55
de los dioses también; del Hombre, nada.”

Este desconocimiento absoluto de la realidad más inmediata y del ser humano que Capdevila atribuye a Gelio podría insertarse dentro del tema literario del erudito ajeno al mundo. Como no podía ser menos, el bello título de la obra cierra discretamente y embellece una de las estrofas, de una manera parecida a como vimos en el texto de Yourcenar:

“Así por tus caminos te paseaste,
la cabeza de rosas coronada;
y todavía ahora te paseas
por el silencio de tus noches áticas...” 60

Y continúa recreando la figura humana de Gelio ya como una sombra de ultratumba, feliz y segura, pues, si bien su persona ha muerto, su fama, sin embargo, no lo ha hecho:

“En vaguedad lunar pasa tu sombra;
pasa tu sombra entre las sombras, fatua.
Por los Campos Elíseos vas sonriendo,
seguro de tu dicha y de tu fama.”

Capdevila, con una humana exaltación, cierra su poema expresando el deseo de ser una persona viva y no un ratón de biblioteca:

“¡Rompedme mi corona, si la tengo! 65
¡Arda mi vida en amistad humana,
y algo sepa mi ciencia de los hombres,
aunque no sepa de los dioses nada!”

(Arturo Capdevila, Obras escogidas, Madrid, 1958, pp. 109-111)

La persona de Gelio aparece en este poema un tanto maltratada, al menos esta es mi opinión, pues él mismo deplora en otro lugar de sus Noches la erudición vana. No obstante, y más allá de esta crítica, es reseñable que Capdevila se haya dedicado, precisamente, a tratar acerca de la persona de Gelio.


[1] "Al prologar los Selected Poems (1928) de Pound, T.S.Eliot se refería al poema Homage to Sextus Propertius con estas palabras: «No se trata de una traducción, sino de una paráfrasis, o más apropiadamente (para el lector formado) de una persona». Tal término no era nuevo en la obra poundiana, sino que él mismo lo había utilizado años antes situándolo como título a uno de sus libros, Personae (1909). Esta voz latina, cuyo significado es «máscara», ha venido sirviendo para nombrar uno de los hallazgos clave de la poesía moderna, el de la creación no ya de un discurso, sino de una voz que dice tal discurso, desplazando así a la del propio autor; logro que se debe a Robert Browning, de quien Pound fue un atento lector y admirador." (Túa Blesa, reseña al libro de Ezra Pound, Personae. Los poemas breves, Madrid, Hiperión, 1999, en ABC CULTURAL, 11 de marzo de 2000).
[2] Gibert Higuet (The Classical Tradition, Oxford, Clarendon Press, 1949, p. 700) comenta y valora con buen juicio los posibles errores de traducción. Éstos bien podrían considerarse una forma característica de “misreading”, a la manera que Harold Bloom entiende en su Angustia de las influencias las lecturas que los poetas hacen de los textos de sus antecesores.
[3] Mi colega Isabel Velázquez y yo tuvimos el privilegio de escuchar la recitación de este poema en catalán de labios del propio Perucho. Tuvo lugar en casa del escritor, un mes de junio de 1997 (Francisco García Jurado e Isabel Velázquez, “Latinos y griegos, compañeros de viaje de Joan Perucho [Entrevista al autor. Barcelona, junio de 1997]”, en Sociedad de Estudios Latinos. Boletín informativo 10, junio de 1998, pp. 48-53).
[4] Decía Claudio Guillén al respecto que "Ovidio ha sido el paradigma de la respuesta del escritor ante el destierro y quien convierte el exilio en tema literario. También esta modalidad ovidiana se relaciona con el tratamiento del tema en la antigua literatura china, en la que el exilio es visto como peregrinación y búsqueda de un camino de regreso" (Claudio Guillén, "Introducción a la literatura comparada", Boletín informativo. Fundación Juan March nº 91, Marzo, 1980, p.29). Por lo demás, Claudio Guillén separa claramente dos formas bien distintas de la vivencia del exilio: una “literatura del exilio”, en la que el autor habla de su experiencia en ese exilio, y una “literatura de contra-exilio”, en la que el escritor se aísla de las nuevas condiciones que le ha tocado vivir. Ovidio sería el perfecto ejemplo de esta segunda actitud (Claudio Guillén, El sol de los desterrados: literatura y exilio, Barcelona, Quaderns Crema, 1995, p. 31).
[5] Al profesor García Gabaldón debo agradecer, de hecho, el conocimiento del poeta ruso. Hay también una excelente traducción de Aquilino Duque: Ossip Mandelstam, Tristia. Versión de Aquilino Duque, Málaga, Área de Cultura de la Diputación de Málaga, 1998.
[6] En traducción de Juan Luis Arcaz: "sal a mi encuentro, Delia, con pie desnudo". El estrecho paralelo del verso ruso y del latino se debe al conocimiento que el poeta tuvo de la elegía de Tibulo gracias a una traducción del poeta Constantín Batiushkov, como señala García Gabaldón en su edición de Mandelstam (o.c., p. 168). Por lo demás, Mandelstam no está haciendo algo esencialmente distinto de lo que Ovidio hizo con Tibulo. Nos sorprende, en todo caso, la espléndida síntesis que hace de ambos poetas latinos.
[7] Debemos detener nuestra atención, sobre todo, en los sueños de Villón y Stevenson, los dos autores más admirados por Schwob, y que en Tabucchi aparecen seguramente como homenaje a aquél. Sobre Villón, Schwob escribió un estudio decisivo para redescubrir al poeta en los tiempos modernos, publicado, junto a otro estudio sobre Stevenson, en Spicilège (1896).
[8] "Gregorio se horrorizó al oír en cambio la suya propia (sc. la voz), que era la de siempre, pero mezclada con un penoso y estridente silbido, en el cual las palabras, al principio claras, se confundían luego y sonaban de forma tal que uno no estaba seguro de haberlas oído." (Franz Kafka, La metamorfosis, trad. de Julio Izquierdo, Barcelona, Orbis, 1982, p.14).
[9] En traducción de Antonio Ruiz de Elvira: "y las larvas de los campos que suelen entretejer las hojas con sus blancos hilos (cosa familiar para los labradores) canjean su figura por la de la fúnebre mariposa."
[10] Cf. Ovidio, Metamorfosis, tomo III. Traducción de Antonio Ruiz de Elvira. Texto, notas e índices de nombres por Bartolomé Segura Ramos, Madrid, CSIC, 19944, p.182.
[11] Como también es posible que para el sueño de "Dedalo, architetto e aviatore", haya podido inspirarse en Ov.Ars.2,21-96 y Met.8,183-235. De esta forma, podría abrirse la posibilidad inexplorada de ver qué personajes de las "vidas" de Schwob o de los "sueños" de Tabucchi aparecen, asimismo, en las obras de autores cuyas vidas o sueños también se recrean (Empédocles en Lucrecio, Dédalo en Ovidio y Lucrecio en Ovidio, en este caso si consideramos las obras de Schwob y Tabucchi conjuntamente).
[12] Por lo demás, al tratar del sueño de Apuleyo, Tabucchi volverá de nuevo a otra de las metamorfosis por excelencia de la literatura latina.
[13] Así lo cree Fitton Brown ("The unreality of Ovid's Tomitan exile", Livelpool Classical Monthly 10, 1985, pp.19-22). Debo agradecer a Vicente Cristóbal la noticia de este trabajo, tan sugerente para nuestro estudio de vidas imaginarias, pues, si esto fuera cierto, hubiera sido el propio Ovidio el primero en convertir su vida en un asunto de ficción.
[14] AA.VV., Antología de la poesía argentina (desde el siglo XV hasta nuestros días), Selección, estudio preliminar y notas bibliográficas por D. Agustín del Saz, catedrático, Barcelona, 1969.
[15] A. Capdevila, Obras escogidas. Con una nota preliminar, Madrid, 1958.
[16] Al tiempo de terminar estas páginas, me entero, gracias a la cortesía del profesor Pedro Villagra, de la Universidad Nacional de Córdoba (República Argentina), que en la propia ciudad natal de Capdevila una persona ha investigado, precisamente, acerca de las fuentes clásicas del autor. Se trata de la doctora Fabiana Demaría de Lisandrello, entre cuyos trabajos cabe destacar el titulado “Elementos clásicos en la dramaturgia de A. Capdevila 1889-1967” (V Congreso Argentino de Hispanistas, Córdoba, mayo de 1998), donde la autora sostiene la mediación de Nietzsche en la visión que Capdevila tiene sobre la tragedia griega. Asimismo, en el año 2003 defendió en la Universidad de Córdoba su tesis doctoral titulada La recepción de la literatura clásica (grecolatina) en la obra literaria de Arturo Capdevila.
[17] A. Reyes, “Las librerías en Atenas y en Roma”, en Obras completas de Alfonso Reyes XX, México, 1966, pp. 390-391.
[18] Así aparece, de hecho, al comienzo de las “Noticias biográficas sobre Aulo Gelio”.

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